Llegó la hora -dijo la Morsa- de hablar de muchas cosas:
de zapatos y barcos y sellos. De repollos y reyes. De por qué el mar está hirviendo y de si los cerditos tienen alas. (
Lewis Carroll)
¿Tú tienes alas?
(Y de acá para abajo escribo YO)

miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿Who's afraid of the Big Bad Wolf?

La canasta fue víctima de patadones, columpiadas, manotones, e incluso saqueos en los primeros kilómetros del camino.
Escuchaban el cielo gris nocturno, miraban el cantar melódico de los árboles.
Al principio esto les preocupó: "¿Escucho lo que veo y miro lo que oigo?". Incluso lo intrincado de su frase los hacía ladear la cabeza.
Pero era verdad, sorprendentemente.
Si dejaban descansar las voces por unos segundos, comenzaba a verse que las estrellas parpadeaban al compás del cricrí de los grillos.
El viento correteó a las hojas secas por el camino, y todo fue un espectáculo de ruido y luz dirigido con hermosa delicadeza.
Pero cuando las hojas crujieron, acabaron con ese encanto. Crujieron a los pies de un alma oscura y poderosa al final del sendero. Su capa ondulando a su espalda (cual sábana tendida un día de viento zonda) producía otro ruido que cortaba el aire, secamente.
Se río. Entre pícaro y engreído. Malévolo. Sediento de sangre. Con un hambre feroz.
"¿Por qué nos quiere matar?", era la nueva pregunta que los ahorcaba, haciéndoles aguantar la respiración, con los ojos bien abiertos, con las manos temblorosas.
"¿Y cómo es que un lobo camina en dos patas y usa ropa?", también se les cruzó por la mente.
El lobo al final del camino aulló a la luna, augurando su ataque.
Los chicos tuvieron que correr durante todo el camino a casa, y fue caperucita la que tuvo que ir al día siguiente a llevarle la merienda a la abuelita. Niños cobardes.

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