Llegó la hora -dijo la Morsa- de hablar de muchas cosas:
de zapatos y barcos y sellos. De repollos y reyes. De por qué el mar está hirviendo y de si los cerditos tienen alas. (
Lewis Carroll)
¿Tú tienes alas?
(Y de acá para abajo escribo YO)

martes, 1 de diciembre de 2009

Biopsia

Es como una espina,
de punta metálica y fría. Brilla esterilizada. Quiere matar, puede matar.
Me ayuda a contar mis capas y recordarme lo humano que soy:
primero la piel, cual malvavisco que se hunde un poco antes de pincharlo.
La fuerza con que atraviesa mi epidermis y sus tejidos es cruel y lenta,
y la sangre fluye a borbotones
intentando ser el personaje principal que inunda la escena.
Ya como segundo acto, la aguja maldita llega a mi segunda capa.
Músculos. Y siento cómo mis fibras van explotando,
e intento mantener el músculo relajado para evitar que se activen mis percepciones nerviosas más importantes,
pero automáticamente se contrae,
quedo tenso, inmóvil, y me duele mucho más.
Se entierra en mi cuerpo sin piedad,
grito, transpiro, siento escalofríos, tengo miedo, y siento demasiado dolor.
Pero el dolor no para, y continúa escarvando en mí.
Parte número tres, mis huesos.
Pensé que resistirían más, pero como un cascanueces (y provocando un ruido de quiebre bastante parecido), mi composición ósea se rompe en mil pedazos.
Se triza, como el adorno de vidrio que el bebé dejó caer al suelo.
Y tras mi cortina de cristal, mi última capa,
mi más resistente y fuerte armadura.
Esa parte que no tiene nombre,
esa parte que nadie conoce de mí realmente.
La que puede escribir estas palabras mientras se destruyen las anteriores capas,
y que sigue resistiendo desde hace varios días a esta estúpida, metálica y fría espina.
Cuenta regresiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario