Llegó la hora -dijo la Morsa- de hablar de muchas cosas:
de zapatos y barcos y sellos. De repollos y reyes. De por qué el mar está hirviendo y de si los cerditos tienen alas. (
Lewis Carroll)
¿Tú tienes alas?
(Y de acá para abajo escribo YO)

miércoles, 21 de abril de 2010

Mártir

Iba bajando.
Era un camino complicado, pedregoso, empinado, y no debería ni llamarlo camino.
Costaba avanzar, ya que era como si un viento de energía soplara desde el interior de la fosa impidiendo llegar a su profundo centro, como una erupción de lava que defendía lo que se encontrara en su final.
Cada paso se demoraba un minuto con respecto al anterior, y entre esos minutos parecían pasar meses... o años.
Los recuerdos impactaban contra su rostro, y no eran sólo imágenes sino también el aroma de las butacas de un teatro, el sabor de un helado de crema en invierno, la presión del agua de la manguera de la vecina contra la lengua sedienta, el frío que se sentía al esperar la puesta de sol en la playa, el cantar de los pájaros al regresar muy tarde a casa. Ese tipo de recuerdos, los memorables que se guardan en lo recóndito de nuestras cabezas, los que cuesta que lleguen a la punta de la lengua, pero siempre estarán presentes.
Un último paso se sintió bastante despegado del suelo, y comenzó a sentirse liviano y a desprenderse de su cuerpo. Ahora flotaba, y podía nadar en el aire hacia el final del abismo.
Irradiaba claridad, irradiaba alegría, y más importante que todo, tranquilidad.
El dolor de último momento se había desvanecido, y las lágrimas por haber perdido las oportunidades y metas ya no tenían sentido.
Esa larga (¿o corta?) caminata (¿o vuelo?) habían valido la pena, y sugirieron nuevas ganas de aprender y comenzar. Valoró toda su vida, todo lo que hizo, todo lo que se equivocó, todo lo que amó.
Iba a extrañar todo, seguro, pero ya había cumplido con su parte y estaba orgulloso de sus legados.
Una última neurona se apagó y la máquina mantuvo una aguda nota hasta que la apagaron.
Su Fin.

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