distraídas
perfumadas, anaranjadas
entre pétalos de seda,
caen del árbol, casi volando.
Flotan al compás del viento,
y qué viento.

durante un amanecer sin lagañas,
sin jaqueca, sin resaca.
Y los conejitos ya comienzan a acercarse
para tomar otra mediatarde
bajo el árbol de mandarinas de su bosque encantado
donde la fruta baila,
el viento dirige la orquesta,
y los animales meriendan felices,
cantan canciones, y comen perdices.
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