Llegó la hora -dijo la Morsa- de hablar de muchas cosas:
de zapatos y barcos y sellos. De repollos y reyes. De por qué el mar está hirviendo y de si los cerditos tienen alas. (
Lewis Carroll)
¿Tú tienes alas?
(Y de acá para abajo escribo YO)

miércoles, 29 de julio de 2009

Cuento de Terror Nº 2

Llueve.
Truenos al otro lado de la ventana. Adentro, predomina la paz del buen dormir, ese profundo y confortante sueño. El niño bajo sus sábanas, calentito, tranquilo. ¿Cómo podría suponer algo distinto? Tiene 9 años, le gusta dibujar, correr, reír, preguntar. En este momento sueña con algo de lo más entretenido, que probablemente al despertar ni recuerde.
Pero algo mueve la rama del árbol del patio. Desde unos metros más abajo de esa misma ventana, algo se trepó al árbol. Algo acecha, algo malvado.
Un escalofrío, como si existiese ahora una silenciosa música de suspenso que advierte al niño.
Sus padres duermen a dos habitaciones de distancia, descansando para evitar continuar pensando en los planes de mañana.
La rama cruje. El niño lo nota.
Abre sus ojos, y en esa oscuridad medio azul, nota una sombra en su pared. Hay algo en su ventana, mirándolo.
Uñas filosas y descuidadas rasguñan el vidrio, ansiosas por provocar más terror en la mente del niño. Pobre niño.
Luego silencio. De esos que desesperan.
El niño aguanta la respiración y presta atención a sus oídos.
Nada... nada... nada...
Nada.
Y click. El seguro de la ventana saltó.
El niño frunce sus ojos, quiere llorar, pero no sabe si es momento de gritarle a sus padres. ¿Puede salvarse? Sus frazadas lo protegerían. O no. Ni un poco. Eran un calor y una tranquilidad que no eran antibalas. Ni antimordeduras, ni antimonstruos flacos, ágiles y sigilosos. ¿Debía correr?
Escuchó la madera deslizándose por su marco. Crujía, lentamente.
Escuchó a la criatura respirar, y las gotas de lluvia que mojaban el piso.
La bestia le saltó encima, clavándole las uñas sobre su piel jóven y blanda. Y el niño gritó, de miedo más que de dolor, de sufrimiento más que de miedo, de muerte más que de sufrimiento.
Lo arañaba, provocando una mezcla de plumas, tela y chorros de sangre. Empapado de un rojo de gusto y olor metálico, salado. Escupía y tosía, mientras la criatura le mordía el cuello, clavando sus dientes en los lugares clave para acabar con su vida.
Y luego despertó. Por suerte, por fin.
El sol era lo único que entraba por su ventana, y ya cualquier sombra era acogedora. No iba al colegio hoy, por suerte, por fin. Era lindo quedarse en casa, y que mamá trajera el desayuno a la cama y abriera la ventana sigilosamente para que entrara el limpio aire de la mañana. Lentamente, haciendo crugir la madera en el marco.
¡Jaja! Qué feas las pesadillas de un niño de 9 años.

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