Llegó la hora -dijo la Morsa- de hablar de muchas cosas:
de zapatos y barcos y sellos. De repollos y reyes. De por qué el mar está hirviendo y de si los cerditos tienen alas. (
Lewis Carroll)
¿Tú tienes alas?
(Y de acá para abajo escribo YO)

martes, 25 de agosto de 2009

Masoquista.

Las botellas. Los metales. Las canciones. Los colores. La comida. Las drogas. Las mujeres. La sangre. Las decisiones. La frialdad, la destrucción, y con ello, el placer.
Tantos riesgos, tanto sufrimiento, tanta traición y descontento.
Como un gato encerrado, pero ni el gato sabía que no podía salir de ahí.
A veces repartiendo mínimos llamados de atención por el mundo, que, podía jurarse, la mayoría fueron inconscientemente... como si existiese en su interior un sistema de alarma o autoayuda, un salvavidas con el que no contaba.
Pero nunca se puso a pensar, en lo complicados y gigantes que fueron sus problemas.
A U X I L I O, ¿nadie se da cuenta?
Porque manteniendose en silencio la vida entera, nadie más pudo ayudarle.
Decidiendo qué cosas contarle a sus paredes y cuáles no, nadie más pudo entender la magnitud de las situaciones.
Pasando hojas de revistas repletas de chicas escuálidas a quienes trató de estúpidas por no ver lo que estaban haciendo con sus cuerpos.
Riendo con historias de viejos borrachos día y noche, tirados en una plaza a dormir.
Ayudando al resto con sus problemas, a partir de consejos que inventó para sí mismo.
Todas las pistas estaban, faltaba mirar para atrás y ver cuánto se había alejado del principio, y lo mejor que se encontraba ahora que alcanzaba su meta.
Y qué loco cuando descubrió que lo único a lo que más miedo le tenía, terminó siendo lo que más lo obligó a descubrir el mundo: su mundo y su propia cabeza.

Llegado este punto, fue feliz. Y punto.

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