Las botellas. Los metales. Las canciones. Los colores. La comida. Las drogas. Las mujeres. La sangre. Las decisiones. La frialdad, la destrucción, y con ello, el placer.
Tantos riesgos, tanto sufrimiento, tanta traición y descontento.
Como un gato encerrado, pero ni el gato sabía que no podía salir de ahí.
A veces repartiendo mínimos llamados de atención por el mundo, que, podía jurarse, la mayoría fueron inconscientemente... como si existiese en su interior un sistema de alarma o autoayuda, un salvavidas con el que no contaba.
Pero nunca se puso a pensar, en lo complicados y gigantes que fueron sus problemas.
A U X I L I O, ¿nadie se da cuenta?
Porque manteniendose en silencio la vida entera, nadie más pudo ayudarle.
Decidiendo qué cosas contarle a sus paredes y cuáles no, nadie más pudo entender la magnitud de las situaciones.
Pasando hojas de revistas repletas de chicas escuálidas a quienes trató de estúpidas por no ver lo que estaban haciendo con sus cuerpos.
Riendo con historias de viejos borrachos día y noche, tirados en una plaza a dormir.
Ayudando al resto con sus problemas, a partir de consejos que inventó para sí mismo.
Todas las pistas estaban, faltaba mirar para atrás y ver cuánto se había alejado del principio, y lo mejor que se encontraba ahora que alcanzaba su meta.
Y qué loco cuando descubrió que lo único a lo que más miedo le tenía, terminó siendo lo que más lo obligó a descubrir el mundo: su mundo y su propia cabeza.
Llegado este punto, fue feliz. Y punto.
martes, 25 de agosto de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario