Una joven, de aspecto delicado, ropa roja en perfecta combinación, y carita de muñeca, entró a un bar, interrumpiendo su caminata por el Central Park. Tiró su cigarrillo antes de entrar, por supuesto, y se echó unas gotas de perfume mientras se sentaba junto al mostrador.
- Hola, buen día.
- Buenos días, señorita. ¿Qué puedo ofrecerle?
- Quiero un té.
- ¿Se lo envuelvo?
- ¿A mi té?
- Claro. ¿Con un moño?
- No, no, está bien. Moño es para los que quieren verse formales.
- ¿Y usted no es formal...?
- Yo sí, pero mi té no lo es. Usted en cambio, tiene un moño.
- Ya veo. ¿Y lo quiere con azúcar?
- Mmm... No sé. Azúcar es para los que no son dulces.
- ¿Y usted no es dulce?
- ¿Se anima a descubrirlo?
Y el mozo le dio un beso.
Labios mezclados con un poco de perfume importado y cigarrillo, pero la dulzura que compartirían por el resto de sus vidas saltó a la luz enseguida.
martes, 25 de agosto de 2009
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Me encanto esa historia, un tanto magica y encantadora.
ResponderEliminarBesitos precioso blog