Llegó la hora -dijo la Morsa- de hablar de muchas cosas:
de zapatos y barcos y sellos. De repollos y reyes. De por qué el mar está hirviendo y de si los cerditos tienen alas. (
Lewis Carroll)
¿Tú tienes alas?
(Y de acá para abajo escribo YO)

martes, 11 de agosto de 2009

Splish, Splash

(Tenue ruido ambiental de lluvia tras la ventana)

tenue adj. Débil, delicado, suave, con poca intensidad o fuerza.

Posó el pulgar sobre el borde de vidrio, y con un juego de dedos, tiró las cenizas donde debía.
Lo hacía con cierta gracia y delicadeza, únicas. Al igual que cómo enmarcaba sus labios para expulsar el humo... un rito que le encantaba mirar.
Él seguía acostado, entre sábanas algo húmedas y desordenadas. En el aire había olor a incienso e intimidad. Le gustaba observar nuevos detalles en ella, y siempre resultaba sorprendido. Sonrió, mientras pensaba en lo afortunado que era.
Afuera era un día gris, de esos fríos y lluviosos. La poca luz que entraba, colandose entre las persianas entrecerradas, marcaba su perfecta silueta: cabellos oscuros, remera blanca ajustada y bombacha haciendo juego.
Ella soltó su cigarrillo y se incorporó de un saltito. Y fue saltito porque fue delicado, como cualquiera de sus gestos y facciones.
No hacía falta que le trajera medialunas con queso y jugo de naranja a la cama. Él quería sólo eso: a ella. En carne y hueso, y poca ropa.
Se acostó junto a él, y le agradeció por otra mágica tarde juntos. O algo así fue lo que dijo.
Escucharon música, que sólo ellos disfrutaban y a su propio modo. Y qué lindo cuando la palabra "propio" se comparte entre dos.
- ¿Tenés que irte?- dijo él, adelantándose.
- Sí. Me está esperando...- pronunció, algo avergonzada, casi insegura.
- ...- él pretendía contestar algo, pero nunca habían palabras justas para esos momentos. Se dignó a suspirar y esperar que ella hiciera lo suyo, lo de siempre.
Tomó sus cosas, se vistió. Él la acompañó escaleras abajo, y ella cruzó la puerta de calle sin siquiera devolverle uno de los besos que él regó sobre su cuello minutos atrás.
Subió a su auto. Lo miró de reojo, pero tal vez ni lo miró realmente.
Y él la vio partir, como otra de muchas tardes, pasadas e infinitas por venir, sintiéndose no más que un desgraciado amante. Con un nudo en la panza, como una gota perdida en la acequia; como una hoja arrinconada en el montón; como una muñeca olvidada bajo la cama; como otra cerveza sin terminar; como él: Tenue.

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